Por Abigail Bolaños.
La dimensión liberal de esta globalización económica y política, ha permitido un movimiento de actualización del liberalismo, aparecido después de la Primera Guerra Mundial, que limita la intervención del Estado en asuntos jurídicos y económicos.
Bajo la ideología de la estructuración del propio patriarcado desde sus inicios y su sometimiento a nuestras ancestras, el sistema se sostiene a base de la explotación de las mujeres. No es ninguna sorpresa que añadiendo el capitalismo, las mujeres resultamos ser obreras, objetos de consumo, adquisición, uso y desuso al antojo y disposición de los hombres.
Al leer a Jules Falquet con la obra «Mercado laboral y guerra. Hombres en armas y mujeres de servicios», hablando básicamente de cómo los hombres iban a la guerra siendo «héroes» mientras las mujeres eran violadas y explotadas sexualmente por ellos, siendo embarazadas y abandonadas incluso; una vez más me hizo cuestionar si algo en la actualidad es distinto. Ya no hay guerras mundiales como las que vimos anteriormente, pero las mujeres seguimos siendo usadas cual objetos comerciables y desechables.
Tanta modernidad, tanto «empoderamiento», ¿pero por qué será que las mujeres empobrecidas, las racializadas y/o marginadas seguimos siendo explotadas pero ahora con brillantinas rosas? Este cuestionamiento, me recordó mucho a una parte del primer capítulo del libro de María Galindo, “no se puede descolonizar sin despatriarcalizar”, en donde explica que en 1985, cuando ingresó en América Latina el neoliberalismo con el ajuste estructural impuesto por el Banco Mundial (brevemente mencionado por Jules Falquet), las mujeres fuimos -y seguimos siendo- el colchón que las ONG’s, los organismos internacionales y los gobiernos, utilizaron para amortiguar el golpe de la crisis económica en todo el continente. Sin embargo, por mucho que parezca que vivimos en la modernidad, en la que la opresión «no existe», la economía -el patriarcado en general- nos sigue azotando a nosotras.
El odio hacia las mujeres es real, se sistematiza en la pornografía y en actos de violencia sexual contra las mujeres, combatirla te hace fuerte, no débil. Y tanto la derecha como la izquierda, quieren que las mujeres acepten el status quo, que vivan en este estado de cosas y no organicen la resistencia política. Porque el primer paso para resistir la explotación es reconocerla, verla, comprenderla y no mentir acerca de tu posición.
Andrea Dworkin.
“Las mujeres constituimos la masa de desempleadas que estuvo dispuesta a salir, a cualquier costo, a desarrollar una “lucha por la supervivencia” (Galindo, 2013). Y es que, el sector menos privilegiado de la sociedad vive las consecuencias de reducir su forma de trabajo a trabajos que no son bien remunerados, y peor en el caso de las mujeres, reduciendo nuestra manera de ganar dinero a nuestras cuerpas, finalmente para poder comer; para sobrevivir.
Para entender mejor el tema, se habla de dos medios de trabajo a través de un esfuerzo físico, es decir; del trabajo doméstico y de la explotación sexual -que me niego a llamar “trabajo sexual”-. Por otro lado, como bien dice Falquet, “el tipo de trabajo principalmente propuesto a las mujeres no privilegiadas del planeta depende siempre estrechamente del que ejercen los hombres, ya sean estos dominantes o dominados”, es decir, para las mujeres esto implica vendernos a través de los llamados “servicios”.
La apropiación de las mujeres permite que la manera más fácil o accesible a las menos privilegiadas, sea a través de nuestras cuerpas, a través de lo que podemos hacer con nuestro físico. No resulta escanadaloso, ni descabellado para nadie pues se nos ha enseñado desde siempre que esa es la función de las mujeres en este mundo patriarcal. Nuestra función a través de sus ojos es y siempre será servirles de manera no remunerada como en el hogar, o en el peor de los casos, a través de los “servicios” remunerados como la prostitución, en donde finalmente nosotras no tenemos libre albedrío, pues somos orilladas y obligadas.
Y desde otro lado de la moneda, también está relacionado a la falta de oportunidades académicas, ya que si nos ponemos a pensar qué número de generación somos de mujeres que estudian una profesión en nuestra familia, probablemente nos encontremos con la triste realidad de las mujeres que nacieron antes que nosotras. Pese a todo, nuestras antecesoras tuvieron que luchar por este derecho a la educación que hoy -algunas- gozamos y que aunque no nos hace más inteligentes, sí nos ayuda a desarrollarnos en área de investigación y estudio académico, además de abrirnos un panorama más amplio en cuanto al campo laboral que no implique -por completo- el uso de nuestras cuerpas.
Sin embargo, hablando del impacto que tiene el sistema económico en el que vivimos (capitalismo), esta exclusión en la participación pública y académica, el modo de crianza que hemos recibido desde que nacimos por el simple hecho de ser mujeres y cómo es que el patriarcado se sostiene de nuestra explotación, es imposible decir que las mujeres en situación de prostitución eligen ser violadas, contagiadas por enfermedades e incluso embarazadas por violadores que pagan por esos «servicios». No existe el «trabajo sexual» y mucho menos el «ético», pues las mujeres no somos objetos y ninguna merece tener que chupar penes para poder sobrevivir.
Como mujer que fui prostituida y traficada le digo que la prostitución no es trabajo, por lo tanto, no existen las trabajadoras sexuales, son mujeres empobrecidas, desocupadas que están siendo prostituidas.
Sonia Sánchez.
En Cd. Juárez existe un alta taza de mujeres desaparecidas y en situación de trata, sobre todo en el área del centro de la ciudad, «curiosamente» siendo esta la zona fronteriza con Estados Unidos, y en la que más prostíbulos hay. La mayor parte de las mujeres en la ciudad son del centro y sur del país, en busca de mejores oportunidades de empleo, y trabajando en la industria maquiladora. Desde luego, a pesar de lo peligrosa que es Juárez. En cuanto a esta industria – que es el sector al que mayor número de mujeres pertenece laboralmente- las empresas no se han preocupado por brindar mejores espacios, transportes o atenciones a las mujeres en sus horas de salida que regularmente son a altas horas de la madrugada; sin contar el nivel de acoso sexual y violencia sistemática que se vive durante la jornada laboral.
Todo esto, sin profundizar en la explotación laboral que viven cientos de juarenses limpiando casas en la ciudad o en El Paso, Tx. por sueldos mínimos, pero que generalmente se «justifican» por ser un poco más altos que en el centro y el sur del país.
Acerca del autor
Abigail Bolaños
Comunicadora inconforme, activista feminista y escritora de sueños.
Soy licenciada en Ciencias de la Comunicación y especialista en capacitación. Me encanta estudiar teoría feminista y luchar colectivamente por una vida digna para todas las mujeres. Dentro de mis varios trabajos, coordino Entérate Mujer, imparto talleres para distintas organizaciones y gestiono proyectos sociales que promueven los DDHH, la educación, así como la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres.