Conforme pasan los años, las mujeres sentimos un temor creciente al envejecimiento. No solo porque implica mayores responsabilidades o la presión de cumplir con lo socialmente establecido —como el matrimonio, los bienes, la carrera profesional, etc.—, sino también por las exigencias en torno a la apariencia física.

Surgen temores profundos relacionados con lo que se ha instalado en nuestra mente: la idea de “conseguir” una buena pareja antes de envejecer, “porque después es más difícil”, o el miedo a que “se nos pase el tren” al llegar a los treinta sin haber maternado. Esto se traduce en una carga social que nos hace sentir constantemente apuradas, como si existiera una fecha límite o una edad de caducidad.

Estoy segura de que si eres una mujer de más de treinta años y estás soltera, más de una vez te han cuestionado, sugerido o incluso presionado para buscar pareja con mayor empeño, a no ser tan selectiva, a ceder con tal de no estar sola. Pero incluso si no estás soltera, y simplemente no has decidido ser madre, llegan críticas constantes, comentarios y cuestionamientos sobre tu decisión; o peor aún, recomendaciones que enfatizan tu edad.

En el ámbito laboral la situación tampoco mejora. Según Mundo Ejecutivo, en México el 90 % de las ofertas laborales excluyen a personas mayores de 35 años, especialmente mujeres, lo que refleja una clara discriminación por edad y género. Solo el 27.5 % de las mujeres mayores de 53 años trabaja, existiendo una brecha laboral de 38 puntos porcentuales.

En Chile, las personas de 60 años o más realizan labores domésticas, comunitarias y de cuidado que equivalen al 4.5 % del PIB nacional. Dentro de ese aporte, las mujeres representan el 70.7 % del trabajo, generando por sí solas el 3.1 % del PIB ampliado.

Y sin caer en academicismos, basta con observar las calles y la realidad cotidiana. Para la mayoría de las mujeres que superan los cincuenta años, conseguir trabajos formales y bien remunerados es una tarea difícil. Quienes cuentan con una carrera profesional pueden tener mejores oportunidades, pero para muchas otras, sin estudios superiores, la situación se complica, llevándolas a desempeñar trabajos físicos o de oficio.

¿Y ahí termina todo? La realidad es otra. El miedo a envejecer también se refleja en la apariencia y los estereotipos de belleza a los que constantemente estamos expuestas.

El temor a las arrugas, las canas, la celulitis, la flacidez de los senos o de otras partes del cuerpo como brazos, piernas o glúteos, que dejan de verse “firmes” como en la juventud, responde a una narrativa que nos dice cómo debemos lucir.

Y es que, este pánico a no cumplir con estos estereotipos nos lleva a buscar a toda costa desdibujar cualquier signo de envejecimiento, con procesos que implican desde el tinte de cabello para tapar las canas, hasta proceso quirúrgicos – más o menos invasivos – para “corregir” o “modificar” lo que no cumple con la belleza deseada, invirtiendo tiempo, recursos económicos y desgaste emocional, a través de una desesperación por no lucir viejas.

Las campañas “antiarrugas”, “antiedad” y “antiflacidez” inducen a las mujeres a gastar millones en medicina estética incluso antes de la vejez real. Hoy, el 71% de quienes recurren a estos procedimientos son mujeres, iniciando en promedio a los 20 años, alimentando una necesidad ficticia que solo beneficia a ciertas industrias.

Esta maquinaria convierte los signos del tiempo en patologías a prevenir o curar, reforzando la idea de que solo los cuerpos jóvenes son valiosos y deseables.

No es que las mujeres un día decidimos temer a envejecer, ni que históricamente haya sido así. Al contrario. Nuestras ancestras, y aún muchas comunidades originarias, ven la vejez como sinónimo de poder y sabiduría. Especialmente entre mujeres, los años han sido fuente de conocimiento compartido entre generaciones.

Sin embargo, la raíz de esta crisis está en el patriarcado. Si analizamos desde lo más básico, este sistema considera a las mujeres útiles en tanto puedan reproducirse.

Esta funcionalidad comienza con la capacidad de gestar. Si lo pensamos, muchas de las presiones sociales que enfrentamos giran en torno a la maternidad, basada en la idea patriarcal de que ese es nuestro rol, justificándolo como algo “natural”, y omitiendo su construcción sociocultural y la autonomía individual. Porque ajá, sorpresa; las mujeres podemos pensar y decidir por nuestra cuenta.

Así, bajo esta lógica, cuando una mujer envejece y deja de ser reproductiva, pierde valor. Ya no encaja en los estándares de juventud y belleza, estrechamente ligados a la fertilidad. Como si nuestro único propósito fuera tener hijos y “vernos bien”.

Y si profundizamos aún más, muchos de estos ideales de belleza derivan de una cultura de pedofilia. La exaltación de cuerpos extremadamente jóvenes como norma, y el desprecio por los cuerpos maduros desde la mirada masculina, reflejan un deseo orientado hacia niñas y adolescentes, cuyo físico encaja naturalmente en esos estándares.

Si las mujeres adultas no lucimos naturalmente sin vellos, sin arrugas/líneas de expresión, sin celulitis, ¿entonces en qué se basa la supuesta belleza de las adultas?

A esto se suma la opresión del sistema capitalista; en él, solo vale quien produce. Esto incluye generar capital económico, intelectual o patrimonial.

El capitalismo —como buen brazo derecho del patriarcado— demanda que las mujeres sostengamos el sistema a través del trabajo, sea remunerado o no. Al envejecer, inevitablemente disminuyen nuestras capacidades físicas, afectando nuestra autonomía y productividad, lo que nos vuelve “inútiles” ante un sistema que se alimenta de nuestras cuerpas y mentes.

En conclusión, el patriarcado ha transformado el proceso natural de las mujeres al envejecimiento como una fase de vida dolorosa, triste, precaria, invisibilizada y vergonzosa. Como si las mujeres tuviéramos edades para dejar de valer lo que somos, cómo nos auto percibimos y lo que podemos seguir haciendo.

Nombrar la vejez, pero sobre todo transitar cada una de nuestras fases de vida con dignidad, respeto y autonomía – y ojo, que no digo “amor” porque no estás obligada a amarla o romantizarla – es revolucionario, porque le demostramos al sistema a través de nuestra propia presencia que somos capaces de resistir, pero sobre todo, que valemos.

Nuestra existencia ya es un acto de rebeldía.

Referencias.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (2023, 6 de julio). Comunicado de prensa Núm. 394/23: Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México (ENASEM) 2021. INEGI.

Banco Interamericano de Desarrollo. (2020). Panorama of Aging and Long‑Term Care: Chile. BID.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe. (2022). Decentring GDP: well‑being, care and time. CEPAL.

Acerca del autor

Abigail Bolaños
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Comunicadora inconforme y activista feminista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y estudiante de Maestría en Administración, he enfocado mi camino profesional en el Desarrollo Humano dentro del ámbito empresarial, con una firme perspectiva de derechos y equidad.

Coordino Entérate Mujer, soy capacitadora y gestiono proyectos sociales enfocados en la defensa de los derechos humanos, la educación y la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres. Creo en el poder de las mujeres, la organización y la colectividad como factores para cambiar realidades.

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Abigail Bolaños

Comunicadora inconforme y activista feminista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y estudiante de Maestría en Administración, he enfocado mi camino profesional en el Desarrollo Humano dentro del ámbito empresarial, con una firme perspectiva de derechos y equidad.

Coordino Entérate Mujer, soy capacitadora y gestiono proyectos sociales enfocados en la defensa de los derechos humanos, la educación y la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres. Creo en el poder de las mujeres, la organización y la colectividad como factores para cambiar realidades.

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