Abigail Bolaños.
En los últimos años, la cultura posmoderna nos ha vendido tantas falacias patriarcales como discursos “feministas”, que no resultan ser más que frases de marketing barato para hacernos sentir que tenemos el control del mundo o de nosotras mismas, mientras se nos sigue explotando y violentando en la cotidianidad.
Lo he pensado, y es que el sistema se vuelve cada vez más meticuloso en las formas en las que violenta con sutileza y normalidad, pasando desapercibido y logrando incluso aceptación incuestionable.
Quiero hablarte del discurso vacío de las “mujeres de alto valor”. Esas mujeres “empoderadas”, que se dan su lugar y que no eligen ser humilladas, usadas o agredidas como las otras – que bajo esta lógica – sí lo permiten.
“La apropiación patriarcal de la vida femenina se mantiene mediante el deber de ser para otros: ser buena madre, buena esposa, buena hija. La libertad empieza cuando rompemos con el mandato de valernos solo como complemento.”
Marcela Lagarde (1990).
Bajo la apariencia de consejos sobre relaciones o “desarrollo personal”, esta narrativa perpetúa lógicas de control, cosificación y jerarquización de las mujeres según estándares misóginos disfrazados de meritocracia afectiva.
¿Qué se ha visto como características de mujeres de “alto valor”?
1. Apariencia física normada.
- Juventud (en apariencia). Ya sea que aunque no seas joven, “no luzcas vieja y anticuada”.
- Belleza hegemónica. Rasgos considerados “femeninos”, facciones delicadas, maquillaje “limpio” sin excederse.
- Cuerpo delgado y “tonificado” pero con curvas en zonas sexualizadas.
- Vestimenta cuidada que transmita “elegancia y feminidad” (ropa que sugiera sensualidad sin “vulgaridad”).
- Piel, cabello y uñas impecables.
Este criterio cosifica a las mujeres como adornos y perpetúa el culto a la juventud.
2. Comportamiento emocional “femenino”.
- Serenidad emocional: no “drama”, no reclamos, no “necesidad” de atención.
- Capacidad de autorregularse (que no sea “intensa” ni “difícil”).
Básicamente, la mujer debe gestionar su mundo afectivo para no incomodar al varón.
3. Disponibilidad sexual selectiva.
- Tener historial sexual “reducido” (una forma más de reforzar el mito de la “pureza”).
- Ser sensual pero “reservada”.
- Nunca mostrarse “promiscua”, pero tampoco “frígida”.
Aquí aparece la vieja dicotomía madonna/puta.
4. Independencia, pero moderada.
- Tener alguna ocupación o proyecto propio (para “no depender del hombre”), pero sin que eso interfiera con sus prioridades de pareja o de estar con alguien.
- Generar ingresos, pero jamás ganar más que el hombre (o no hacerlo notar).
- Proyectar autonomía solo en la medida que no amenace al ego del hombre, porque entonces tienes mucha “energía masculina” que los ahuyenta.
Una contradicción: “independiente, pero al final sumisa.”
5. Estatuto moral “intachable”.
- Reputación sin “manchas”: ningún escándalo, conflicto público o “pasado cuestionable”.
- Relación familiar armoniosa (“buena hija, madre, esposa…”).
- Historia sentimental sin demasiadas rupturas.
Estos criterios se presentan como “requisitos objetivos” de automejora, pero en realidad refuerzan la misoginia, reduciendo a las mujeres a mercancías con etiquetas de calidad y peor aún, ¡bajo estándares que no nos benefician a nosotras!
Además, excluyen a la diversidad de mujeres con cuerpos no normativos, mayores de cierta edad (o apariencia de mayor edad), con discapacidad o con biografías diferentes, todas ellas quedando automáticamente clasificadas como “bajo valor”.
Entonces, este discurso sostiene que es la mujer la que debe ajustarse para “merecer” amor y respeto.
¿Y el empoderamiento?
¡Otra farsa! Ese discurso fue igualmente inventado por el comercio, y el sistema que busca darnos un espejismo de libertad sobre nosotras mismas, siempre y cuando no incomodemos demasiado, además de volverlo individualista; te dice que tú sola, con esfuerzo personal y autocontrol, puedes “subir tu valor” y conseguir respeto y amor, ignorando por completo el contexto socio-estructural de las mujeres.
“La dependencia femenina no es un accidente histórico, sino una construcción económica y política que asegura la sumisión. Mientras se valore a las mujeres por su capacidad de servir, no habrá emancipación.”
Silvia Federici (2018).
Al ignorar las estructuras de desigualdad (patriarcado, capitalismo, racismo, edadismo) que colocan a las mujeres en posiciones de desventaja en diferentes partes del mundo, ignoramos que nuestras realidades son en gran parte producto de nuestras condiciones de vida, desde que nacemos.
¿Podríamos hablarle de empoderamiento o ser una mujer de “alto valor” a las jóvenes que son vendidas desde niñas y obligadas a casarse con sus compradores en las comunidades de Latinoamérica? ¿O a las mujeres que viven en Afganistán a merced de un gobierno talibán que les niega derechos fundamentales como la educación?
Y eso es lo peligroso, que se presenta el problema como un asunto de falta de mérito individual, y no de injusticia colectiva e histórica. Entonces, la verdadera traducción de ese falso empoderamiento es que si no consigues pareja, si te violentan, si no te validan, o si no eres privilegiada, es tu culpa por no haberte “trabajado” o por no haber invertido en ti.
Te culpa por ser “débil”, “necesitada”, “dependiente” o “drama queen”, en lugar de señalar que muchas de esas emociones derivan de relaciones desiguales y violencia simbólica, invisibilizando que la sociedad todavía señala a las mujeres por una autonomía real.
Entonces, la ideología de la “mujer de alto valor” pierde fuerza, cuando entendemos que:
- Las desigualdades son estructurales. Es decir, las mujeres no elegimos ser menos o más violentadas, humilladas o heridas; es un sistema que protege y beneficia a los hombres.
- Es un tema colectivo, no individual. Todas merecemos ser tratadas con respeto y dignidad sin sacrificar lo que somos, el “empoderamiento” no sirve de nada; lo que queremos es libertad y autonomía.
- No hay mujeres que valen más o menos. Nuestro valor no puede, ni debe reducirse a la óptima masculina.
Y en síntesis, la autonomía real no significa “ser perfecta e independiente todo el tiempo”. Significa tener conciencia crítica de las estructuras que te oprimen, construir recursos propios (económicos, afectivos, simbólicos), poder decir que NO y que SÍ desde tu deseo, no desde el miedo y finalmente, no definirte por el lugar que ocupas en la vida de otro.
Ojalá que algún día las mujeres abortemos la necesidad de ser validadas por los hombres y que nuestras vidas dejen de girar en torno a ello; ojalá algún día seamos tan autónomas como para que nuestro actuar no sea plenamente influenciado por gustar o agradar a otros, sino de hacerlo por ti misma con consciencia.
Eres una mujer, y el alto valor ya viene intrínseco por el simple hecho de ser persona.
Te mando un abrazo.
Referencias.
Banet-Weiser, Sarah. Empoderadas: Feminismo popular y misoginia popular. Editorial Morata (2021).
Naomi Wolf. El mito de la belleza. Editorial Océano (1991).
Marcela Lagarde. Los cautiverios de las mujeres. Editorial UNAM (1990).
Silvia Federici. El patriarcado del salario. Traficantes de Sueños (2018).