Gabriela Esquivel.

Mujeres de las que escribimos, muchas.
Mujeres que me encantaron, bastantes.
Mujeres que publican, muy pocas.
Mujeres que premian, no hay suficientes.

Delicada, delgada, poesía bella y pura.
Alta, difícil, fácil, dualidad impura.
Cadenas, motocicletas, poesía fría y oscura.

Cada mujer es una poesía distinta,
y no todos nosotros logramos,
al menos, a gran parte de la tinta
decirle cuánto la amamos.

Safo sabe de mis pensamientos,
ella comprende mis deseos,
pero no entenderá las penas que paso
cuando no camino con mi chica de la mano.

¿Qué tendrán las mujeres,
en variada diversidad de presentación,

que me pone de rodillas a rezarles
cual diosa todopoderosa,
cual revelación en una respuesta,
que me hacen pensar sólo en la rendición?

Y las miro, no como mi presa,
no como un objeto al que poseer,
y menos como mi sueño frustrado
o como el pecado amplificado,
como muchos insisten
en todavía hacer.

¿Cómo podría yo minimizar
a las representadas por la luna?
Si tan solo el sol pudiera verla de cerca,
sabría que su luz es la misma,
ambas llenas de vida y frenesí.
Uno sabe de lo que la otra peca,
Y la otra ve como uno vuelve en sí.
El día está lleno de calor y carisma,
y aún así, la noche es la que me llama.

Escriban de mujeres,
de sus vestidos cortos,
incitadores de pecados
(sólo para los que siempre culpan a otros)

Y escriban de cómo las aman
Y cómo ellas no les hablan.

Igual, ¿qué haremos?
Si todos los que hemos amado a una mujer
sabemos que, si el mundo quiere,
el mundo irá a obtener.

Y cuando una frente a ti camine,
una sola en un incontable mar lleno de ellas,
al natural en sus mejillas la fiebre,
en su sedoso pelo un par de hebillas,
todos nosotros la verdad sabremos:
tu corazón no será lo único que va a caer.