Abigail Bolaños.
¿Te has preguntado por qué las mujeres solemos «sufrir» más por amor?
Desde que somos niñas nos repiten la misma historia: que el amor es lo más importante, que algún día llegará “esa persona especial” y que todo lo demás girará alrededor de eso. Crecemos viendo películas donde la protagonista solo es feliz cuando alguien la elige, escuchando canciones que dicen que sin el otro no somos nada, y aprendiendo —sin darnos cuenta— que amar significa entregarlo todo, incluso cuando duele.
Pero el amor romántico no es una historia bonita. Es una forma de pensar el amor que nos educa para soportar. Nos enseña que si hay amor, todo se perdona; que si duele, hay que aguantar; que si se va, hay que luchar. Y así terminamos creyendo que amar es aguantar, que amar es quedarse aunque una ya no quiera.
El problema es que este modelo no nació del amor, sino del patriarcado. Fue construido para mantenernos ocupadas en sostener vínculos que muchas veces solo nos desgastan. Mientras nosotras crecimos aprendiendo a cuidar, ellos crecieron aprendiendo a ser cuidados. A las mujeres se nos enseñó que tener pareja es casi una prueba de valor: que si no tienes a alguien, algo te falta. Y a los hombres, que el amor es un extra, algo que pueden tener si quieren, pero que no los define.
Por eso tantas mujeres viven con culpa, ansiedad o miedo a quedarse solas. Porque el guion social nos dice que estar acompañadas es sinónimo de éxito, y estar solas es un fracaso. Pero ¿éxito para quién? ¿Para el sistema que necesita que sigamos invirtiendo tiempo, energía y vida en mantener relaciones donde casi siempre damos más de lo que recibimos?

Nos educaron para sostener el amor porque eso beneficia a los hombres, no para disfrutarlo. Somos nosotras las que gestionamos los conflictos, las que “arreglamos” lo que no funciona, las que callamos para no incomodar. Y cuando ya no podemos más, encima nos culpan: “no lo supiste mantener”, “te volviste fría”, “ya no eres la misma”.
El amor romántico nos quita libertad porque nos enseña a vivir para otros. Nos convence de que el amor todo lo puede, pero no nos dice que ese “todo” casi siempre lo ponemos nosotras. Nos habla de medias naranjas, pero nunca de mujeres completas. Nos vende la idea de que el amor nos salva, cuando muchas veces es lo que más nos hiere.
Y ojo, no se trata de renunciar al amor. Se trata de amar distinto. De dejar de confundir amor con entrega ciega. De dejar de poner nuestra vida en pausa por alguien más. Se trata de entender que el amor no debería doler, ni hacernos más pequeñas, ni pedirnos que dejemos de ser nosotras.
El patriarcado necesita que sigamos creyendo en este modelo, porque una mujer enamorada del amor es una mujer más fácil de controlar. Pero cuando una mujer empieza a amarse a sí misma con la misma fuerza con la que nos enseñaron a amar a otros, algo cambia. Empieza a elegir distinto. A decir que no. A no quedarse donde no hay reciprocidad.
Y eso, aunque parezca simple, es profundamente político. Porque una mujer que se elige, que se pone al centro de su propia vida, rompe con una de las estructuras más viejas y más eficaces del patriarcado, aquella que nos convenció de que valemos más cuando alguien nos ama.
El amor no debería ser una jaula con flores. Debería ser un espacio donde ambas personas puedan crecer, moverse, respirar. Un lugar donde amar no implique perderse.
Amar distinto es posible, pero empieza por lo más difícil: dejar de romantizar la idea de que amar significa renunciar.
¿Se trata de una libre elección?