Abigail Bolaños.
Hace falta mirar hacia otro lado que no sea nuestro ombligo para realmente poner atención en realidades que —muchas veces— son diferentes a las nuestras.
Nos han vendido la idea de que la pornografía o la prostitución son maneras de expresar libremente nuestra sexualidad, dándoles una mirada “progresista” bajo la falsa noción de “liberación sexual” o el famoso mito de la “libre elección”.
Sin embargo, como dice Sheyla Jeffreys:
La realidad de la pornografía es que la única diferencia que tiene con otras formas de prostitución es que es filmada. Involucra el pago para obtener acceso sexual a muchachas y mujeres
Y mucho patriarcado hay detrás de eso.
Modus operandi del proxeneta.
En 2018 se realizó un estudio sobre la situación del proxenetismo, especialmente en Tlaxcala, México, titulado “Trata de personas: padrotes, iniciación y modus operandi”, elaborado por el Instituto Nacional de las Mujeres. En él se relata cómo los proxenetas, o vulgarmente llamados “padrotes”, reclutan a mujeres para la prostitución.
Para ello, antes deben iniciarse en un autodisciplinamiento corporal y subjetivo; “matar el sentimiento” es uno de los elementos claves para entender las ideas y discursos de los padrotes.
En ese proceso adquieren una nueva forma de valorar a las mujeres y es lo que nos da una clave importante del poder que ejercen sobre el cuerpo y la subjetividad de las mujeres a las que prostituyen.
Cuando ha logrado cambiar su habitus anterior y ha asimilado la pedagogía de la explotación, el padrote cuenta con un sentido práctico y tiene los elementos necesarios y los mecanismos de poder para convencer o coaccionar a las mujeres para que sean prostituidas.
Una vez iniciada la mujer como prostituta, el padrote continúa ejerciendo sobre ella diferentes formas de poder. Primero seduce, coacciona o convence a la mujer para que conciba a su cuerpo como mercancía.
Después la modela a sus parámetros, hace que ella comparta con él los esquemas de dominación, la modela a su forma de pensar. El poder atraviesa todos los testimonios, las formas de interacción y los mecanismos sentimentales y físicos que ejerce el padrote sobre el cuerpo y subjetividad femenina.
Para que el poder pueda ser ejercicio, el padrote realiza una fragmentación de su vida, se desdobla. Divide sus esferas en privada-pública y la esfera de su oficio. En la primera esfera él tiene el sustento sentimental que le permite reproducirse biológica y culturalmente, en ese espacio se muestra como un esposo-padre amoroso y como un varón responsable que cumple con las cooperaciones y cargos comunitarios.
En la segunda esfera él explota a las mujeres, es su chamba, como dicen ellos. Para lograrlo deshumanizan a sus víctimas, a las mujeres que prostituyen. Es un proceso clave para la comprensión de la mercantilización del cuerpo de las mujeres.
Cuando son iniciadas en la prostitución, las mujeres son sacadas de sus contextos socioculturales, dejándolas sin la protección familiar y comunal; para trabajar ellas cambian su nombre, lo que les quita su identidad que había sido construida hasta entonces; finalmente, los padrotes emplean todos los mecanismos sentimentales para que la mujer conciba a su explotación como un “trabajo”, como una muestra de su amor al padrote, las mujeres mismas no se ven como mercancías, sino como un trabajo necesario para “salir adelante” junto con su pareja-padrote.
Los padrotes no son testigos directos de la venta de los servicios sexuales de las mujeres a las que prostituye, ellos las mandan a trabajar y el lugar de trabajo se vuelve una maquinaria de explotación que permite al padrote desvincularse de la explotación que él ejerce sobre las mujeres.
¿Un pago a cambio de sexo lo convierte en trabajo?
A partir de la llegada de organizaciones trasnacionales y posmodernas, se han impulsado conceptos de “libración” como el “trabajo sexual” y “la maternidad subrograda”, que sugieren que la prostitución como en todo empleo, el cuerpo es la fuerza de trabajo a cambio de dinero, entonces la prostitución es también un “trabajo” que no solo debería regularse bajo esta lógica, sino promoverlo.
Pero este discurso aparentemente “simple” borra lo esencial: ninguna mujer nace deseando ser penetrada por dinero, las mujeres entran ahí por pobreza, coerción o violencia previa. ¿A caso debemos ignorar la realidad social de las mujeres que ejercen este supuesto trabajo?
“Para mí la postura del «orgullo de la puta» no es una salida, es un corsé que te sostiene parada ahí en la esquina […] Porque para hablar del supuesto «orgullo» utilizan el término de «trabajadoras sexuales” que es un maquillaje. Es un guión que constituye así: comienza con el tema del orgullo, sigue con la etiqueta de «trabajadora sexual” y termina con el sindicato. Estas tres patas sostienen una misma trampa y de las tres, la más importante y la más repetida es la del trabajo.”
Sonia Sánchez, activista abolicionista argentina, sobreviviente de prostitución.
Es imposible negar, que la prostitución y la pornografía están fuertemente ligados también a la trata de personas, concretamente a la trata de mujeres y niñas, destacando la complicidad de las autoridades judiciales y policiales, quienes les brindan protección.
Datos de la UNODC (2020) apuntan a que, del total de víctimas de trata identificadas, el 65% —es decir, dos de cada tres— son mujeres y niñas. La trata tiene rostro de mujer, y también lo reconoce la Organización de las Naciones Unidas.
¿Cómo se puede diferenciar entre las prostitutas que supuestamente “lo eligen” y aquellas que son por “trata”? La prostitución y la trata forman parte del mismo sistema profundamente misógino, violento y corrupto que es sostenido por gobiernos, políticos, narcotráfico y hombres que “consumen” pagando por violar. No se le puede llamar trabajo, ni mucho menos “digno”, llamarla así es un eufemismo que legitima la violencia.
Mientras generemos capital, al sistema le conviene seguir vendiendo mujeres a diestra y siniestra, sin importar los medios. ¿De verdad no te suena raro que las mujeres prostituidas se tengan que autoconvencer de que les gusta experimentar los deseos más bajos de los hombres de manera diaria?
La prostitución no es un empleo ni mucho menos digno, es un sistema que convierte a las mujeres en mercancía y normaliza que los hombres compren acceso a sus cuerpos, porque el dinero no transforma la violencia en trabajo; simplemente compra la posibilidad de ignorar el consentimiento.
Lejos de ser una elección libre, la prostitución surge de la desigualdad estructural. Afecta desde las mujeres más pobres hasta las que aparentan mayor solvencia, todas bajo el mismo poder económico que impone el prostituyente.
Además, es imposible trazar una línea real entre la supuesta “prostitución voluntaria” y la trata, porque donde hay demanda, hay captación y explotación, ya que incluso quienes parecen ejercerla voluntariamente lo hacen en contextos de desigualdad económica, exclusión o violencia previa.
Nombrarla “trabajo” borra la coacción, protege a quienes pagan y traslada la carga a las mujeres, como si ellas debieran “profesionalizar” su propia explotación. La prostitución no existe porque las mujeres quieran venderse, sino porque los hombres creen tener derecho a comprarlas.
¿Regularla empoderaría a las mujeres que la practican?
No se puede “dignificar” la prostitución con leyes ni regularla como si fuera un trabajo porque la propia institución está basada en la desigualdad estructural y en la violencia sexual contra las mujeres. De acuerdo con el análisis de Beatríz Gimeno:
- La regulación no cambia la naturaleza del acto prostitucional.
No se trata de malas condiciones laborales que puedan corregirse con contratos o derechos, sino de que el “servicio” mismo consiste en poner la sexualidad femenina al servicio masculino mediante el poder del dinero. Legalizar no elimina esa relación de poder ni la convierte en libre o digna.
2. Allí donde se ha regulado, no mejora la situación de las mujeres.
Gimeno revisa experiencias internacionales en países con Suecia, Holanda y España, y muestra que la regulación amplía el mercado, beneficia a proxenetas y prostituyentes, y deja fuera a las mujeres más vulnerables, que continúan en la clandestinidad. El estigma y la violencia no desaparecen porque el problema no es jurídico, sino estructural.
3. Refuerza la idea de que el cuerpo femenino es mercancía.
Al reconocer la prostitución como trabajo, el Estado legitima que los hombres tienen derecho a comprar sexo y que las mujeres deben estar disponibles si “necesitan dinero”. Se normaliza la desigualdad en lugar de combatirla.
4. Imposibilidad de separar prostitución “voluntaria” y trata.
La regulación no detiene la explotación, porque donde hay demanda legalizada, la trata crece para abastecerla y con mayor impunidad. Según Beatríz, tratar de dividirlas es ficticio porque ambas forman parte de un mismo sistema global controlado por redes de poder económico y patriarcal.
Entonces, “regular y ya” significa legitimar la explotación en vez de abolirla, porque convierte en aceptable que un hombre pague por disponer del cuerpo de una mujer, y eso es incompatible con cualquier idea real de igualdad, equidad o cualquier idea de liberación de las mujeres.
La pornografía es la ventana del “entretenimiento” de esta violencia.
En donde refuerza la cultura de la violación donde se muestran relaciones sexuales a base de insultos, humillaciones, incesto, penetraciones en grupo, golpes, etc.
La erotización de la violencia, que va de la mano con el primer punto, regularmente se muestra a través de la protagonista en una práctica violenta mientras conserva una sonrisa o simulaciones de placer; cuando a él lo muestran pasando un buen rato, erotizando el desprecio, y mostrando su poder sobre las mujeres.
La pornografía no es un juego inocente ni un placer privado: es la pedagogía del consumo sexual misógino. Entrena a los varones a excitarse con la humillación y el dolor femenino, y a creer que nuestros cuerpos están para su uso ilimitado. No muestra el deseo de las mujeres, ni tampoco lo conoce, sino sumisión y violencia coreografiadas.
Si esto es “liberación sexual”, ¿por qué tantas mujeres sentimos asco, miedo o dolor ante la pornografía? ¿Por qué los hombres son quienes más la consumen y las mujeres las más dañadas por sus efectos? ¿a las mujeres realmente nos excitan los temas como el incesto tan glorificado en la industria de la pornografía?
Nancy Prada sostiene que la pornografía y la prostitución forman parte del mismo sistema de explotación sexual, ya que ambas se alimentan mutuamente. La pornografía produce imaginarios y deseos masculinos que luego se materializan en la prostitución.
Este tipo de material no es mera ficción. Muestra cuerpos reales, muchas veces de mujeres y niñas sometidas, y enseña a los hombres a ver la sexualidad femenina como mercancía disponible para su uso, siendo en su mayoría basados en violencia directa hacia las mujeres.
Además, en cuanto a la idea de la “pornografía feminista”, Prada argumenta que no basta con cambiar el enfoque o la estética. Mientras exista un mercado que exija cuerpos de mujeres al servicio de los hombres, cualquier producción pornográfica sigue respondiendo a esa demanda patriarcal.
En conclusión…
No se trata de un tema de falso puritanismo o prejuicio a las mujeres que lo practican, se trata de una crítica y un análisis necesario que sí señala directamente a los proxenetas y a sus clientes, porque son ellos quienes explotan y violentan.
¿Por qué somos las mujeres quienes debemos sobrevivir de manera histórica a este sistema siendo usadas como mercancía? ¿por qué si se trata de un “trabajo digno” no soñamos con serlo desde que somos niñas? ¿sería un oficio al que todas las madres desearían anheladamente para sus hijas?
Lo hemos tenido claro a lo largo de nuestra lucha, pero una de las grandes victorias del patriarcado posmoderno ha sido desdibujar la opresión de toda la historia disfrazada en empoderamiento y libre elección como un feminismo que tolera todo, pero no es más que generismo que no busca nuestra liberación, sino el mismo sometimiento, pero con menos resistencia y mucho glitter.
“Hay que decirlo claramente: salvo un grupo de dirigentes que viven gracias a este discurso y lo explotan en su propio provecho, ninguna mujer prostituida puede acceder a ningún beneficio por esta vía. Lo único que le dan son forros. La vergüenza y el dolor que sienten no se los quitan maquillando las palabras. Hay que enfrentar la verdad y Ia verdad es que la prostitución es violencia. No es trabajo. Es violencia psíquica y física ejercida sobre cuerpos de niñas, adolescentes, jóvenes, maduras y viejas. Es una violación concreta y también simbólica porque al mismo tiempo violan sus cuerpos y sus derechos. Entonces, ¿ser torturada es un trabajo? ¿Ser humillada es un trabajo? ¿Ser prostituida por el hambre es trabajo? No: es un discurso que protege, justifica y fortalece al torturador, al humillador, al hambreador. Al prostituyente.”
Sonia Sánchez.
Referencias bibliográficas.
Instituto Nacional de las Mujeres. (2018). Trata de personas: Padrotes, iniciación y modus operandi [PDF]. Instituto Nacional de las Mujeres. Recuperado de http://cedoc.inmujeres.gob.mx/documentos_download/101080.pdf
Gimeno, B. (2012). La prostitución. Madrid: Editorial Catarata.
Gobierno de España, Ministerio de Igualdad. Macroestudio sobre la trata de mujeres y niñas [PDF]. Recuperado de https://violenciagenero.igualdad.gob.es/wp-content/uploads/Informe-macroestudio-trata-.pdf
Galindo, M., & Sánchez, S. (2007). Ninguna mujer nace para puta. En LIX Legislatura (Ed.), Equidad Notas (pp. …). Legislatura del Estado de Veracruz. Recuperado de https://www.legisver.gob.mx/equidadNotas/publicacionLXIII/Ninguna%20mujer%20nace%20para%20puta%20Maria%20Galindo%20Sonia%20S%C3%A1nchez%20(2007).pdf
Fundación General UCLM. Sonia Sánchez, superviviente de prostitución: “Es una violación, no un trabajo sexual”. Recuperado de https://fundaciongeneraluclm.es/sonia-sanchez-superviviente-de-prostitucion-es-una-violacion-no-un-trabajo-sexual/
Jeffreys, S. (2011). La industria de la vagina: La economía política de la comercialización global del sexo. Buenos Aires: Paidós.
Prada, N. (2010). Qué decimos las feministas de la pornografía. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.