Por Colibrí.

No sé si les ha pasado, pero a mí, me jode estar encerrada.
Y más en mi etapa de señora, en que quisiera estar en un lugar medianamente confortable, con árboles, no sé, algún rio o algo de agua para sumergir mis necesidades de conectarme conmigo,
porque al parecer, en mi casa, con dos niños que les carga conectarse a las clases on line, que cada
cual, según su edad, esta molesto y con razón, que les da paja, hacer cosas por su casa, y que es
una batalla pedirles que laven sus tazas.

Una casa, que se mantiene, pero no sobra, donde al mayor debo vigilar que no arrase con el refri
y al más chico debo casi suplicar que coma. Una casa, pequeña, pareada, en un barrio piola, pero
en que debes mantener la reja con llave, donde faltan áreas verdes, donde las ventanas no son de
termo panel, y aquí el frio es cosa seria.

Y bueno, desde que empezó la pandemia he estado cesante.
Por tanto, sin otro quehacer ni preocupación que ser dueña de casa. Hasta empecé a bordar, y
debo decir que no pensé que me gustaría tanto.
Y si, se que hay miles de personas pasándolo mal, en muy malas condiciones económicas,
violentadas, y me siento agradecida, de tener este lugar.

Sin embargo, me he visto, despertando a las tres de la mañana, pensando en pintar la puerta de la
cocina, o definitivamente pegar una cinta adhesiva a esa ventana trizada, ya que no la puedo
cambiar. Me cuesta quedarme dormida, estoy hiperactiva en los horarios mas extraños, y sin
ánimo de salir de la cama durante el día. Casi me empezaba a lamentar de mí, cuando a las 4 de la
mañana, escucho a mi hijo menor despierto, caminaba de un lado a otro, con los ojos muy
abiertos, y una expresión de no estar aquí presente.

Y claro, yo me pudo bancar el encierro, deseando estar en un bosquecito, pero mis hijos, no saben
lo que es socializar con otros, están conectados a un teléfono, aunque siempre nos damos tiempo
para leer. Y sus emociones están a flor de piel, estallando en tantas formas, con enojo, desdén,
llanto, porque el encierro, les arrebata ese momento único de la infancia de crear lazos, de
identificarse con otros y pertenecer a un grupo, aprendiendo de ellos.
Creo que todos necesitamos terapia, sin embargo, es difícil acceder a ella, no es barato, y no es
fácil tener ese fiato que creo necesario para empezar un camino de sanación.

Y bueno, aquí es donde quisiera agarrar a mis hijos llevarlos a una orilla de rio, que jueguen, que
estén en contacto con la naturaleza que tanto sana, pero en cuarentena eso es un imposible, y
ciertamente sin cuarentena también, ya que la mayoría de los accesos a ríos o lagos están
cercados por privados, pero eso es para otra historia.
Y acá, es donde da rabia que los privilegiados de siempre, tengan esa paz mental, porque pueden
pagar la terapia, tienen casas de veraneo, con paisajes maravillosos, mientras el resto de los
mortales trata de aferrase a su cordura, en estas cajas de cemento.