Valeria Rocha.
Los últimos meses han sido un tanto complejos y confusos respecto a cuestiones políticas, sociales y culturales. Por un lado, tenemos varios avances en cuanto a derechos humanos, el feminismo ha generado un gran eco en medios, redes sociales y legislaciones; sin embargo, al mismo tiempo, ha habido un gran crecimiento en cuanto a normas, creencias e ideologías conservadoras, argumentando que “se están perdiendo los valores”; pero, desde una perspectiva feminista y con nuestra valiosa herramienta interseccional, es necesario hacer una revisión amplia de lo que ha sucedido con estos “valores”, pues en lugar de que se estén perdiendo, parece que han regresado con mucha fuerza.
Mujeres que se autodenominan “tradwives” y promueven la sumisión como elección libre, influencers que presentan el matrimonio heterosexual como único camino hacia la felicidad, partidos políticos que hacen campaña defendiendo la familia nuclear y la autoridad masculina, el aspiracionismo hacia una vida cara y lujosa, así como chamanes y “coaches” de vida invitando a conectar con energías masculinas y/o femeninas.
Lejos de ser fenómenos aislados, trends o modas pasajeras, estas expresiones conservadoras nos hablan de temas mucho más profundos y complejos que se viven en la realidad, como la precarización, el miedo, la incertidumbre y la soledad; donde pareciera que estos valores prometen por fin, un mundo donde hay orden, estabilidad y paz, brindando certezas vacías en un mundo que cada vez es más incierto.
Este artículo busca analizar algunas de estas tendencias y orígenes del conservadurismo desde la psicología y la crítica feminista: no para ridiculizar a quienes participan en ellas, sino para comprender las condiciones estructurales que las hacen posibles.
“Tradwives” y la romantización de la sumisión.
El fenómeno tradwife (en español, «esposa tradicional») ha ganado fuerza en redes sociales mediante discursos que enaltecen la vida doméstica y la sumisión marital como una “elección empoderada”. Aquí, los hombres son los proveedores y las mujeres las amas de casa perfectas, recreando una estética americana de los años 50’s (Harmeet Kaur, 2022; Zara Hanawalt, 2024).
Catherine Rottenberg y Shani Orgad (2020) argumentan que estas narrativas no rechazan el feminismo desde una posición neutral, sino que son una respuesta ante el agotamiento neoliberal del mundo laboral femenino. En otras palabras, parecería más fácil y “práctico” convertirse en ama de casa que enfrentar un sistema que precariza, explota y enferma. Así, la figura de la esposa tradicional se reconfigura como una elección “libre”, cuando en realidad está profundamente atravesada por contextos de cansancio estructural.
Esto refuerza el modelo “ideal” de la familia heteronormativa (hombre proveedor, mujer cuidadora). Narrativas populares como “mi meta es casarme y tener hijos” operan como máscaras de un sistema que en realidad condena otras formas de vida. Desde la psicología, esto puede generar disonancia en mujeres que desean autonomía o que simplemente tienen otros planes, generando culpa y ansiedad existencial al no encajar en esos roles.

El tema principal aquí es: ¿realmente adoptar un rol de esposa y madre tradicional soluciona los malestares que genera la globalización?, ¿significa que está mal querer ser tradwife?
La crítica a este fenómeno no parte de juzgar decisiones individuales, sino de cuestionar las condiciones estructurales que las hacen posibles, pero sobre todo deseables. Todo lo que hacemos, incluso lo que pensamos o sentimos, está profundamente atravesado por asuntos sociales, históricos y políticos. Ser una mujer dedicada a los cuidados, al hogar y a la familia, ha significado para millones de mujeres la renuncia a su autonomía, a sus proyectos de vida, e incluso a su salud física y mental.
¿Por qué, entonces, se presenta hoy como una salida deseable?
Silvia Federici ha escrito ampliamente sobre cómo el trabajo doméstico ha sido históricamente invisibilizado, no remunerado y apropiado por el sistema capitalista, que se sostiene gracias a los cuidados gratuitos que brindan las mujeres. Desde esta perspectiva, romantizar la vida doméstica sin cuestionar las estructuras que se benefician de ella no es liberador, sino funcional a un modelo que sigue explotando el cuerpo y el tiempo de las mujeres.
Estética “clean girl”, minimalista y “old money”.
El modelo “estético” de una mujer “limpia” se refleja con maquillaje mínimo y muy natural, peinado ordenado y sin un pelito de fuera, casa y área de trabajo armoniosa y minimalista, colores neutros y prendas básicas que no llamen tanto la atención.
¿Qué es lo que sucede aquí? promueve la imagen de la mujer femenina contemporánea, sencilla, ordenada, abnegada y privilegiada, volviéndolo un ideal clasista, racista y misógino. (Jazmin Akbari, 2022; UMSU, 2022) Esta tendencia se acompaña de una serie de prácticas asociadas al autocuidado, como tomar matcha, usar mascarillas faciales o tener una rutina de skincare
coreografiada.
Este modelo también dialoga con el auge del minimalismo visual, que ha sido promovido como sinónimo de elegancia, madurez o “buen gusto”, pero que invisibiliza la diversidad cromática y sensorial de culturas en Latinoamérica, donde la identidad se expresa a través de colores intensos, textiles bordados, diseños artesanales y múltiples capas simbólicas, esta estética minimalista impone una nueva forma de aspiración colonial, que es renunciar a lo propio para ser reconocida como “moderna” y “sofisticada”.
Cuando estas tendencias se mezclan con el “old money” (la estética de la élite tradicional heredera de fortunas y privilegios), el mensaje se refuerza; ya que, para ser aceptada, hay que encajar en un molde que exige tiempo, dinero y capital cultural (Grace Ramsey, 2024). Se trata de una “elegancia natural” que solo es posible si tienes acceso a servicios de belleza continuos, ropa de marcas discretamente lujosas, y la capacidad económica de “vivir sin preocuparte”.

Desde una mirada crítica, podríamos decir que estas tendencias funcionan como dispositivos de orden y control, donde se construye un ideal de mujer “limpia”, calmada y contenida que no desborda, no protesta, es disciplinada, “le alcanza”, es culta y no se permite el caos ni el dolor. En nombre del autocuidado, se reproduce una violencia simbólica, exigirles a las mujeres mantener un estándar inalcanzable económico y de bienestar mientras se ignora que millones de ellas no tienen acceso a servicios de salud en general, tiempo libre y descanso; por el contrario, deben enfrentar jornadas laborales extenuantes y multiples violencias.
Las redes sociales han fomentado una estética del autocuidado y la riqueza difícil de lograr para muchas mujeres, generando malestar y culpa por “no hacer lo suficiente”. Nos han vendido una estética higienizada que encubre desigualdades estructurales. Frente a esto, es urgente politizar el autocuidado desde una ética situada, que reconozca las condiciones materiales y afectivas de cada mujer. No se trata de romantizar el desorden o la precariedad, sino de desmontar narrativas que disfrazan la opresión como elección estética.
Pseudo Espiritualidad y Coaches de masculinidad.
En los últimos años, ha cobrado fuerza un discurso “espiritual” que invita a conectar con tu energía femenina o restaurar la energía masculina y femenina en equilibrio. A primera vista, suena inofensivo, incluso inspirador. Pero detrás de sus velas aromáticas y frases motivacionales se esconde un marco profundamente tradicionalista.
Muchos de los gurús que promueven esta narrativa (tanto en retiros espirituales como en redes sociales) son los mismos “coaches de masculinidad” que llevan años impulsando la idea de que los hombres deben ser proveedores, líderes y protectores, mientras las mujeres encarnan dulzura, cuidados y serenidad. Es decir, no estamos hablando de espiritualidad universal, sino de roles de género reciclados en clave mística.
En esta lógica, la energía femenina se asocia con la suavidad, la belleza, la capacidad de nutrir y la calma emocional, mientras la masculina encarna fuerza, valentía y liderazgo. (Wanda Pacheco, 2024) Que se traduce a la misma división sexual del trabajo, pero con cristales de cuarzo y un “aesthetic” armónico que lo hace digerible para audiencias cansadas del capitalismo.
De nuevo, esto no es casualidad. Ante el evidente rechazo de muchas mujeres jóvenes a los mandatos tradicionales, este nuevo lenguaje espiritual opera como una trampa perfecta, pues les ha ofrecido sentido, propósito y comunidad, pero lo hace resignificando la idea de que lo femenino está en la contención y lo doméstico. Lejos de ser un espacio liberador, este tipo de pseudoespiritualidad refuerza un orden simbólico que realmente ya conocemos, pero en este caso el patriarcado lo disfraza de crecimiento personal.
La nueva ultraderecha.
Ya hablamos un poco de cómo el patriarcado se inmiscuye de manera muy sutil en nuestro día a día, así que no podemos ignorar el hecho de que tenemos figuras políticas, influyentes y de mucho poder que literalmente están promoviendo discursos misóginos y conservadores en el mundo actual.Por ejemplo, el gobierno de Javier Milei en Argentina planea eliminar la figura legal de
feminicidio como agravante en el Código Penal, argumentando que la igualdad ante la ley ya existe y que agregar este delito es un privilegio innecesario para las mujeres.
Desde que asumió el poder, ha eliminado el Ministerio de la Mujer y disuelto la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género (Harriet Barbier, 2025) ha recortado presupuestos esenciales para el acceso al aborto, representando un retroceso simbólico y legal en la lucha de las mujeres.
Finalmente, calificó la lucha feminista como “ridícula” que amenaza los valores occidentales, mientras describe el aborto como “asesinato agravado”. (Leila Miller y Natalie Alcoba, 2024) Figuras de alto perfil como Elon Musk también forman parte de este clima, pues ha sido criticado por comentarios que ha realizado en X (antes Twitter) respecto a la diferencia cerebral que hay entre hombres y mujeres, así como compartiendo memes e imágenes haciendo alusión al “hombre alfa”; donde influencers como Andrew Tate, le secundan en sus conceptos de “hombres de valor”. (Atenea Stavrou, 2024)
La aprobación de la ley de Hiyab y Castidad endurece las consecuencias legales contra quienes no cumplen con el código de vestimenta (hiyab), incluyendo multas, cárcel, restricción de viajes y pérdida de empleo o acceso educativo. Bajo el código civil iraní, las mujeres necesitan permiso del esposo para viajar, y pueden ser obligadas a casarse desde los 13 años. (Human Rights Watch, 2023).

Irán nos demuestra cómo el patriarcado puede restaurar valores tradicionales a través de la violencia estatal directa. En este caso no hablamos de un regreso romántico a lo tradicional, sino una imposición extrema mediante leyes, represión y control tecnológico.
En Estados Unidos, Trump también realizó recortes presupuestarios rogramas de protección y apoyo a víctimas de violencia machista y agresión sexual; hizo múltiples comentarios misóginos y despectivos hacia las mujeres, tanto en lo público como en lo privado. Este personaje ha servido como modelo e inspiración para líderes en otros lugares del mundo que comparten agendas similares, como Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador, Eduardo Bolsonaro, diputado federal brasileño y para los representantes de sectores conservadores en México, Colombia y España. (Isabel Valdéz, 2025; Susana Reina, s.f.)
Bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados.
Simone De Beauvoir
Ahora, la gran pregunta es ¿por qué está ocurriendo esto ahora? El regreso de los valores tradicionales no es un simple retroceso cultural que llegó de la nada, sino que fue una respuesta estratégica y sistémica a las transformaciones sociales y políticas que el feminismo ha impulsado en las últimas décadas.
La política, la cultura, la religión y las estructuras de poder evolucionan, sí; pero ante la nueva ola del movimiento feminista, el sistema busca mecanismos para mantener el control y la explotación de las mujeres; pues al Estado, a la iglesia, al capital y al patriarcado no le conviene que las mujeres busquemos nuestra autonomía, así que en la actualidad, han encontrado la manera de continuar con estos valores, vendiendolo de otra forma a las nuevas generaciones.
También, este “rebrote conservador” funciona como una “salida” y refugio para muchas, pues ante el agotamiento que genera el neoliberalismo, la precarización y la sobrecarga emocional, las llevan a buscar seguridad en un modelo “tradicional” que promete orden, descanso y protección. Sin embargo, esta aparente “elección libre” reproduce los mismos roles que históricamente han limitado la autonomía femenina.
Lo que sucede es que estas narrativas se internalizan y naturalizan al estar presentes en la cultura visual, en las redes sociales, en el discurso público, y esto impacta en la psique de las mujeres. Se crea una tensión constante entre el deseo de autonomía y las expectativas externas de sumisión y perfección, provocando culpa, ansiedad, conflicto interno y lo que llamamos como disonancia cognitiva. La presión por cumplir ideales que parecen imposibles, como ser “perfecta” madre, esposa, mujer; lo cual desgasta y fragmenta la experiencia de las mujeres, invisibilizando sus verdaderas necesidades y deseos.
Por eso, entender este fenómeno como una estrategia del sistema para sostener su poder es fundamental. El desafío está en prestar atención a estas narrativas, cuestionarlas y siempre pensar ¿quién se beneficia de esto?. Así, recuperamos el mar de posibilidades de vida y libertad para las mujeres, no solo como un acto individual, sino como una lucha colectiva y política.
Entonces, ¿realmente “regresaron” los valores tradicionales? ¿o solamente continuaron
pero de una forma aesthetic y aspiracionista?
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